... TRAS SU MASTERCLASS EN EL MERCADO DE INDUSTRIAS CULTURALES ARGENTINAS
“El cine ya no satisface la imaginación”
“El cine ya no satisface la imaginación”
El cineasta galés asegura que ya no hay que pensar más en la industria del cine porque está acabada y que hay que buscar nuevas formas de brindar al hombre experiencias audiovisuales. “La cuestión de ir a un lugar y mirar todos a un mismo sitio es un poco antigua”, afirma.
Por Ezequiel Boetti
Por Ezequiel Boetti
No hay una correspondencia entre lo dicho y lo hecho por Peter Greenaway. O sí, pero en parte. Porque a su fanatismo e interés manifiesto por la pintura del siglo XVII –”incluye a los pintores que yo llamaría protocineastas: Caravaggio, Velázquez, Rubens y Rembrandt”, argumentó el año pasado– le contrapone una multiplicidad de canales de expresión propia de la estirpe renacentista: Greenaway pinta, escribe, dirige y guiona gran parte de sus films. Entre ellos, Rembrandt’s J’Accuse, donde el galés tradujo, cual hermeneuta audiovisual, medio centenar de acusaciones políticas y sociales supuestamente connotadas en La ronda nocturna, una de las pinturas más famosas del artista plástico holandés. No pasan más de un par de escenas para que el director de El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante justifique la elección temática de su documental-tesis aduciendo: “La mayoría de las personas son visualmente iletradas, lo que explica el empobrecimiento de nuestro cine”. Esa visión se traduce en un pronóstico crepuscular de la sala oscura: “El cine está muerto. La cuestión de ir a un lugar y mirar todos a un mismo lugar es un poco antigua. Olviden a la industria del cine, realmente deben hacerlo”, implora el artista durante la ronda de entrevistas brindada durante la edición bautismal del Mercado de Industrias Culturales Argentinas, donde el viernes dictó una masterclass a sala llena.
La llegada de Greenaway al cine fue el resultado de la sedimentación de su pasión por la pintura, la misma que lo llevó a la escuela de arte a comienzos de la década del ’60. Fue ahí que en 1966 empuñó la cámara para filmar sus primeros cortometrajes, en los que estudiaba diversos objetos inanimados como árboles, mapas y esculturas eclesiásticas. “¿Quién dijo que las películas deben moverse? No creo que ésa sea una de sus características principales”, refuta ante la consulta del porqué de su interés en esos elementos. “Mi inspiración giraba alrededor de la estructura. Los pintores de la primera parte del siglo XX nos dijeron que ése era el límite y que todo debía estar contenido ahí dentro, que eso era la realidad. Pero no es así: la estructura es una construcción relacionada con lo plano. Los aristas norteamericanos abstractos como Jackson Pollock mostraron que esa planicie no era una ilusión. Me fascinaba ese tema y quería hacer películas que operaran de la misma forma que esas pinturas”, recuerda.
El paso por la escuela de arte legó varias marcas de agua en el cine de Greenaway, como la composición plástica y geométrica de las imágenes. Quizá por eso opine que el arte larval del hombre se relaciona con lo visual y que justamente hacia allí deberán confluir las tendencias del “post-cine”. “Más allá de ser un arte muy antiguo, la pintura cambió muchísimo durante el siglo XX. Fue desde Picasso hasta Andy Warhol, atravesando tendencias y reconfigurándose constantemente. El cine es muy primitivo en ese sentido porque prácticamente sigue igual. Scorsese hace el mismo cine que Griffith: la misma noción de cuadro, la misma narración, la misma filosofía cristiana del bueno contra el malo, el final feliz. Ahora hay nuevas tecnologías que permiten nuevos crecimientos, pero no sigamos copiando al cine y busquemos nuevas formas de satisfacer la demanda humana de experiencias audiovisuales”, arenga.
Esas nuevas formas deberían alejarse de la narración tradicional ya que, según Greenaway, esas son “propia de los libros”. “Piensen por ejemplo en Borges; él nunca escribió sobre el mundo real sino sobre libros: eran libros, sobre libros que a su vez estaban copiados de otros libros. Picasso retrabajó a Velázquez y Henry Moore a Miguel Angel. Si uno toma a una gran pieza teatral como Hamlet, es toda sobre el teatro; La ronda nocturna de Rembrandt gira alrededor de la pintura. El arte no es cuestión de apropiación. Es perfectamente legítimo trabajar una obra ajena, no me molesta que me copien porque yo copio constantemente a los demás”, explica. En esa configuración, el derecho de autor es una utopía. “Usted usó varias palabras para hacerme esa pregunta. ¿Tuvo que pagarle a alguien por usar palabras que no le pertenecen?”, le retrucó a un periodista antes de completar: “Creo que las imágenes deben tratarse de la misma forma, deben ser libres. Y si hay una necesidad de hacer dinero, debe hacerse de otra forma. La cuestión monetaria debe eliminarse completamente de la ecuación”.
–¿Qué piensa de la industria tratando de volver a atraer a la gente al cine?
–Es una completa pérdida de tiempo. Debemos dejar de pensar eso y apuntar hacia el futuro. Seguir hablando del cine es aburrido porque está acabado. Hay que encontrarle un nuevo nombre a lo que estamos viviendo. Por el momento, lo llamo zinema, con “z”. Es decir que está el eje vertical, el horizontal y la “z”, la profundidad. Es una forma astronómica de organizar el espacio que no existe en esos lugares oscuros que hoy llamamos cines. La financiación y la filosofía no viene de esos viejos estudios de Hollywood sino de nuevos productores más políglotas y multidisciplinarios que entienden mucho más del mundo.
–¿Se imagina el cine dentro de veinte o treinta años?
–Creo que superficialmente se dividirá en tres grandes ramas. Por un lado, todavía estarán las películas familiares estilo Disney que apuntarán a los chicos. Luego habrá un cine “arcaico”, donde por ejemplo sacaremos todas las películas norteamericanas de una caja y no necesitaremos las salas o lugares especializados. Será como una librería de películas donde podremos tener todo el material a disposición. Pero la tercera y más interesante será la continuación del DVD. Dicen que estará acabado en tres o cuatro años, por lo que todos, de alguna forma u otra, usaremos las descargas. Pero hay miles de millones de habitantes el mundo, lo que significa que hay muchísimas minorías a las que se les debería personalizar los contenidos para su consumo y de cierta forma lograr que los individuos sean los directores de sus propias películas.
–¿Y la noción del autor?
–Los autores están muertos, ahora depende de ustedes. Nos volveremos nuestros propios autores, lo hacemos todo el tiempo.
–¿Y qué viene después?
–Ustedes, la audiencia. Si uno retrocede hasta el tiempo de los griegos encontrará que había un artista para un millón de personas. Pero después fueron tres, y para la Revolución probablemente fueran veinte. Y miren ahora; la idea de un grupo de personas produciendo para que otro grupo vea va decayendo cada vez más. Ahora todos somos artistas, hay un millón de artistas por cada millón de personas. No tiene que ser un cambio difícil. Si uno se fija en el efecto extraordinario que tuvo la ópera durante 300 años, era el entretenimiento audiovisual principal. Al principio de la Primera Guerra Mundial dejó de satisfacer las expectativas de la gente y apareció una nueva tecnología llamada cine que sí lo hizo. Se le pronosticaba una vida larga, quizá de unas veinte generaciones, pero hoy ya no satisface la imaginación humana y tenemos que buscar algo nuevo. Si uno mira los libros de historia, verá que en los últimos 200 años siempre pasó lo mismo.
La llegada de Greenaway al cine fue el resultado de la sedimentación de su pasión por la pintura, la misma que lo llevó a la escuela de arte a comienzos de la década del ’60. Fue ahí que en 1966 empuñó la cámara para filmar sus primeros cortometrajes, en los que estudiaba diversos objetos inanimados como árboles, mapas y esculturas eclesiásticas. “¿Quién dijo que las películas deben moverse? No creo que ésa sea una de sus características principales”, refuta ante la consulta del porqué de su interés en esos elementos. “Mi inspiración giraba alrededor de la estructura. Los pintores de la primera parte del siglo XX nos dijeron que ése era el límite y que todo debía estar contenido ahí dentro, que eso era la realidad. Pero no es así: la estructura es una construcción relacionada con lo plano. Los aristas norteamericanos abstractos como Jackson Pollock mostraron que esa planicie no era una ilusión. Me fascinaba ese tema y quería hacer películas que operaran de la misma forma que esas pinturas”, recuerda.
El paso por la escuela de arte legó varias marcas de agua en el cine de Greenaway, como la composición plástica y geométrica de las imágenes. Quizá por eso opine que el arte larval del hombre se relaciona con lo visual y que justamente hacia allí deberán confluir las tendencias del “post-cine”. “Más allá de ser un arte muy antiguo, la pintura cambió muchísimo durante el siglo XX. Fue desde Picasso hasta Andy Warhol, atravesando tendencias y reconfigurándose constantemente. El cine es muy primitivo en ese sentido porque prácticamente sigue igual. Scorsese hace el mismo cine que Griffith: la misma noción de cuadro, la misma narración, la misma filosofía cristiana del bueno contra el malo, el final feliz. Ahora hay nuevas tecnologías que permiten nuevos crecimientos, pero no sigamos copiando al cine y busquemos nuevas formas de satisfacer la demanda humana de experiencias audiovisuales”, arenga.
Esas nuevas formas deberían alejarse de la narración tradicional ya que, según Greenaway, esas son “propia de los libros”. “Piensen por ejemplo en Borges; él nunca escribió sobre el mundo real sino sobre libros: eran libros, sobre libros que a su vez estaban copiados de otros libros. Picasso retrabajó a Velázquez y Henry Moore a Miguel Angel. Si uno toma a una gran pieza teatral como Hamlet, es toda sobre el teatro; La ronda nocturna de Rembrandt gira alrededor de la pintura. El arte no es cuestión de apropiación. Es perfectamente legítimo trabajar una obra ajena, no me molesta que me copien porque yo copio constantemente a los demás”, explica. En esa configuración, el derecho de autor es una utopía. “Usted usó varias palabras para hacerme esa pregunta. ¿Tuvo que pagarle a alguien por usar palabras que no le pertenecen?”, le retrucó a un periodista antes de completar: “Creo que las imágenes deben tratarse de la misma forma, deben ser libres. Y si hay una necesidad de hacer dinero, debe hacerse de otra forma. La cuestión monetaria debe eliminarse completamente de la ecuación”.
–¿Qué piensa de la industria tratando de volver a atraer a la gente al cine?
–Es una completa pérdida de tiempo. Debemos dejar de pensar eso y apuntar hacia el futuro. Seguir hablando del cine es aburrido porque está acabado. Hay que encontrarle un nuevo nombre a lo que estamos viviendo. Por el momento, lo llamo zinema, con “z”. Es decir que está el eje vertical, el horizontal y la “z”, la profundidad. Es una forma astronómica de organizar el espacio que no existe en esos lugares oscuros que hoy llamamos cines. La financiación y la filosofía no viene de esos viejos estudios de Hollywood sino de nuevos productores más políglotas y multidisciplinarios que entienden mucho más del mundo.
–¿Se imagina el cine dentro de veinte o treinta años?
–Creo que superficialmente se dividirá en tres grandes ramas. Por un lado, todavía estarán las películas familiares estilo Disney que apuntarán a los chicos. Luego habrá un cine “arcaico”, donde por ejemplo sacaremos todas las películas norteamericanas de una caja y no necesitaremos las salas o lugares especializados. Será como una librería de películas donde podremos tener todo el material a disposición. Pero la tercera y más interesante será la continuación del DVD. Dicen que estará acabado en tres o cuatro años, por lo que todos, de alguna forma u otra, usaremos las descargas. Pero hay miles de millones de habitantes el mundo, lo que significa que hay muchísimas minorías a las que se les debería personalizar los contenidos para su consumo y de cierta forma lograr que los individuos sean los directores de sus propias películas.
–¿Y la noción del autor?
–Los autores están muertos, ahora depende de ustedes. Nos volveremos nuestros propios autores, lo hacemos todo el tiempo.
–¿Y qué viene después?
–Ustedes, la audiencia. Si uno retrocede hasta el tiempo de los griegos encontrará que había un artista para un millón de personas. Pero después fueron tres, y para la Revolución probablemente fueran veinte. Y miren ahora; la idea de un grupo de personas produciendo para que otro grupo vea va decayendo cada vez más. Ahora todos somos artistas, hay un millón de artistas por cada millón de personas. No tiene que ser un cambio difícil. Si uno se fija en el efecto extraordinario que tuvo la ópera durante 300 años, era el entretenimiento audiovisual principal. Al principio de la Primera Guerra Mundial dejó de satisfacer las expectativas de la gente y apareció una nueva tecnología llamada cine que sí lo hizo. Se le pronosticaba una vida larga, quizá de unas veinte generaciones, pero hoy ya no satisface la imaginación humana y tenemos que buscar algo nuevo. Si uno mira los libros de historia, verá que en los últimos 200 años siempre pasó lo mismo.