22 ago 2019

Nanni Moretti y un sutil documental que regresa al golpe de Pinochet para pensar el presente


Publicado el     en INFOBAE.COM - CULTURA

Nanni Moretti y un sutil documental que regresa al golpe de Pinochet para pensar el presenteEn “Santiago, Italia”, el prestigioso director de cine italiano realiza una reflexión sobre este episodio clave y dramático de la historia chilena, a partir de testimonios de víctimas y victimarios, al tiempo que arroja una mirada sobre la Italia contemporánea

Por Hernán Schell14 de agosto de 2019


Salvador Allende sale de la Casa de la Moneda


Santiago, Italia es la última película de Nanni Moretti. El apellido Moretti es uno de los más importantes del cine italiano, esto gracias a una trayectoria extensa (filma desde el 73, aunque su producción de largometrajes es más bien escasa), pero también a que en su corpus de películas pueden advertirse estilos y temáticas muy propias. O sea, cualquiera que vea una película de Moretti sabrá que es muy probable encontrar comentarios políticos, un sentido del humor muy personal, y la inclusión en más de una ocasión de elementos autobiográficos.



Si uno tuviera que empezar a describir muy superficialmente el argumento de Santiago, Italia, diría que es un documental sobre varios hechos concatenados: el gobierno de Salvador Allende, su posterior derrocamiento y muerte, la llegada del gobierno de facto de Pinochet y su régimen horroroso, y finalmente, el exilio de muchos militantes de izquierda chilenos que se vieron obligados a ir a países como Italia. Sin embargo, la película es mucho más que su argumento, y excede por mucho la idea de un documental meramente informativo.


Santiago, Italia es la segunda incursión de Moretti en el largometraje documental, algo que este realizador ya había realizado en 1990 con La Cosa, película sobre el partido comunista italiano. Desde hace año en adelante, Moretti había abandonado este tipo de cine para incurrir en algunas de las ficciones más excepcionales que dio el cine de los 90 (como las extraordinarias Aprile y Caro Diario, películas en las que el director parece confesar sus neurosis al espectador), y en otros films notables como La habitación del hijo, Mia Madre, y la profética Habemus Papa (gran película sobre el Estado Vaticano, en la que aborda la figura de un Papa que renuncia a su cargo dos años antes de que lo hiciera Benedicto XVI).


Una imagen emblemática de “Caro diario”


En Santiago, Italia, Nanni Moretti reconstruye un pedazo de la historia de Chile y de Latinoamérica sobre todo a partir del testimonio de víctimas de la persecución pinochetista y el testimonio de dos militares. Si bien hay material de archivo, el mismo aparece muy de vez en cuando, y la mayoría de las veces sirve para ilustrar lo que dice un testigo de los hechos. En algunos casos, por ejemplo, Moretti puede alternar entre el testimonio y una imagen que confirma estas declaraciones; en otros, la imagen puede tener una connotación terrible, no tanto por lo que muestra sino por lo que se deduce de ella. La prueba máxima de esto se da en el momento mismo en que una mujer cuenta cómo fue torturada durante los tiempos de Pinochet.

Su testimonio es tremendo no sólo por los niveles de detalle, sino porque su forma de narrarlo es particularmente calma, como quien puede contar un recuerdo traumático con una parsimonia que es al mismo tiempo admirable pero también angustiante. Cuando ella cuenta esto, Moretti lo único que hace es mostrar una imagen de un instrumento de tortura, sin necesidad de recurrir a la recreación truculenta (que el documental sabe totalmente innecesaria) y mucho menos a una música efectista. Sólo eso le alcanza a al director para crear una escena de un impacto gigantesco.

En otros momentos, los testimonios pueden volverse particularmente emotivos porque Moretti logra captar a una persona recordando ciertos hechos tristes o evocando a cierta persona que admiraba, y notamos el registro de una cámara que va viendo a esta persona desarmándose en lágrimas en tiempo real. Cuando uno ve este tipo de escenas, entiende mejor que nunca que Santiago, Italia está lejos de ser el documental convencional en el que se usa a entrevistados como meros expertos o expositores de un hecho histórico.

Acá, por el contrario, cada persona que da testimonio tiene una personalidad propia, una mirada subjetiva de las cosas, y hace que esa mirada, y ese sentir sobre lo que vivió sea tan o más importante que los propios hechos que cuentan. Esto hasta incluye a los dos militares a los que Moretti entrevista y que justifican el golpe de estado o niegan de forma cínica los delitos que se cometieron en esos años. Allí no es tan importante lo que se dice sino la personalidad negadora (y en algún caso hasta, uno sospecha, psicopática) del que cuenta las cosas. Hay otra mirada, por otro lado, que también es muy importante acá: la del propio Nanni Moretti. Si bien el director no aparece durante buena parte de la película, uno escucha más de una vez su voz como entrevistador, y en muchos casos esa voz expresa compasión, o especial interés, o indignación.


A través de testimonios, el documental recrea los años de Allende y la llegada de Pinochet al poder tras el golpe de estado del 11 de septiembre del ’73


Sí habrá dos veces en las que Moretti aparece físicamente, y estos momentos serán especialmente significativos: en uno lo veremos claramente diciéndole (advirtiéndole) a un militar que el documental en el que aparecerá no será imparcial, porque él mismo no es imparcial. Acá es donde la película se hace cargo de su propio sesgo y se pone de relieve que el film en cuestión no será sólo un intento por describir históricamente y desde varios puntos de vista cómo fue la realidad de los hechos, sino que expresará también una adhesión clara a ciertas ideas políticas de un tiempo (Moretti, como sabe cualquiera que sigue su filmografía, se ha definido como un realizador de izquierda).

Desde este lugar, la película justifica lo único que podría reprochársele: una mirada histórica demasiado idealizada de la figura de Allende y los días de su gobierno. Idealizaciones que quizás deban ser leídas menos como un intento real de describir una época, que como una búsqueda por captar un sentimiento de añoranza del pasado que termina trasladándose no sólo a los entrevistados sino al propio Moretti.


Nanni Moretti


Esto último justamente está relacionado con la otra imagen en la podremos ver la presencia del realizador y que se encuentra en el primero de los planos de la película. Allí encontramos a Moretti de espaldas a la cámara mirando un paisaje de Santiago de Chile. Es una imagen que cualquiera asociaría con la melancolía y la nostalgia, sentimiento que aparecen de manera clara en dos momentos de la película. Uno se da al principio, cuando unos chilenos que huyeron de Pinochet recuerdan con cariño los inicios del gobierno de Allende y la posibilidad de soñar con un país distinto. El otro se da al final, cuando uno va presintiendo que el relato acerca de una Italia que recibió con los brazos abiertos a inmigrantes de Chile que huían del horror, dialoga de manera particularmente crítica con otra Italia actual, distinta, más individualista y xenófoba, a la que Moretti alude de forma indirecta y con una sutileza admirable.


Nanni Moretti (Cristiano Minichiello/Agf/Shutterstock)

Y en este último punto reside, justamente, la aparición más clara del Moretti que ha logrado una de las filmografías más apasionantes y consistentes de las últimas décadas: el Moretti como cineasta al mismo tiempo personal y social, desesperado tanto por hablar de sí mismo (Moretti ha sido siempre un director consciente de tener un ego desmedido) como de la sociedad en la que vive; y que en Santiago, Italia conjuga magistralmente la mirada personal y la anécdota cotidiana con los devenires de la historia; el rigor periodístico con una parcialidad confesa a la hora de relatar estos hechos; y, finalmente, el pasado para hablar de su propio tiempo.

Traten de ver, en suma, Santiago, Italia; es de esa clase de cine político lúcido que aparece cada vez menos, y de esos milagros cinematográficos que en un tiempo breve (apenas una hora veinte) parece concentrar toda la emotividad cinematográfica junta.